viernes, 30 de noviembre de 2012

Por que la mojigateria y la falsa espiritualidad de los panistas no debio llegar a el Gobierno

Claudia Herrera Beltrán
Periódico La Jornada
Viernes 30 de noviembre de 2012, p. 2


Perseguido por la duda del triunfo electoral, Felipe Calderón siguió en el décimo día de su gobierno un camino sin retorno: declaró la guerra a la delincuencia en busca de legitimidad. Con una elevada cuota de sangre, la peor derrota de su partido a cuestas e incumplidas varias promesas, devolverá la banda presidencial al PRI con un discurso que, según analistas, busca la exculpación. Me hubiera gustado hacer mucho más... pero Dios sabe por qué pone a determinadas personas en determinadas circunstancias, expresó hace unos días.

Lejos de aquella máxima de Manuel Gómez Morín –el fundador de su partido–, quien en 1939 advirtiera a los primeros panistas: el mal no es fatal. No es cierto que los males que aquejan a México sean una parte ineludible del destino nacional; derivan de actos positivos o de omisiones del Estado.
Omisiones o yerros de los que el presidente Calderón parece no asumir su responsabilidad, afirma Bernardo Barranco, estudioso de las religiones, quien analiza las recientes invocaciones del Ejecutivo a una divinidad como responsable de los males del país. Usa la providencia, a Dios, el destino superior, para justificar su gran fracaso, porque sabe que va a ser muy mal juzgado.
También traicionó sus raíces
Postura distinta a la que planteó el 13 de diciembre de 2006 en Huehuetoca, estado de México, cuando selló su perenne alianza con la plana mayor del Ejército, la Marina y la Secretaría de Seguridad Pública, que junto con el PRI le garantizaron poder jurar como presidente en el recinto de San Lázaro después de las impugnadas elecciones de 2006.

Creo firmemente que todos los mexicanos, a pesar de la adversidad, podemos construir una nación de libertades. Aspiro a que nuestro México sea una nación de orden, de paz, de libertad, de justicia, de democracia, un México más seguro, ofrecía antes de lanzar personalmente el Operativo Michoacán, vestido con una holgada casaca y gorra militares, instantánea que marcó su Presidencia.

Un México que después de seis años está sembrado de miles de cadáveres, fruto de una estrategia equívoca, explica Pedro Salmerón, historiador y académico del ITAM, al plantear que aplicó criterios contrarios a los mecanismos internacionales de lucha contra el crimen organizado y tuvo absoluta insensibilidad frente a los deudos; lo opuesto al humanismo del PAN.

Porque Calderón deja Los Pinos habiendo traicionado también sus raíces familiares y partidistas, explica Barranco. “El problema es que es el hijo desobediente. Jamás abrazó las tesis humanistas de su padre Luis Calderón Vega ni de su maestro Carlos Castillo Peraza. “Se dejó llevar por el glamour de la clase política pragmática, negociadora, cortoplacista, de los intereses de grupo, amante de la imagen, mientras los panistas históricos eran católicos conservadores, pero de principios”.

Respaldado en una religiosidad epidérmica –como la define este sociólogo–, Calderón ha esgrimido que los males o parabienes del país son casi obra divina. Cuando el virus de la influenza paralizó el país por decisiones tomadas desde su escritorio arguyó: enfrentamos no a cuatro jinetes del Apocalipsis mencionados en la Biblia, sino a cinco: la crisis económica, la violencia desatada por el crimen organizado, la peor sequía, la mayor caída en la producción de petróleo y la influenza (como símil de la peste).

Y a medida que se acercaba el fin de su gestión dicho argumento se hizo más presente en sus discursos. Salimos avante gracias a Dios, manifestó hace un mes. Afortunadamente, gracias a Dios hemos podido salir adelante de muchos graves problemas que México enfrentó, diría el 11 de agosto en el estado de México. Y en el balance presentado el 1º de diciembre de 2011 enumeró las crisis afrontadas con la frase: Dios sabe por qué hace las cosas.
Para entonces, hasta sus más allegados se valían de esos planteamientos para justificar la situación del país. Su esposa, Margarita Zavala, oró para tocar el corazón de los violentos, y Roberto Gil Zuarth causó polémica cuando al dejar Los Pinos para dirigir la fallida campaña de Josefina Vázquez Mota señaló: suelo pensar que si una fuerza superior, la mano invisible del destino o Dios, ha puesto a prueba el carácter de esta nación, incluso hasta desafiar las leyes de la probabilidad, esa fuerza, ese destino o Dios, ha tenido el cuidado, la generosidad de prestarnos al mejor presidente de México.

A decir de Barranco, esas insistentes referencias parecen provenir más de un Calderón pragmático con poses retóricas que de un hombre de fe filosófica o erudita, quien finalmente enfrentó la violencia con violencia, el fuego con fuego, y eso no está en la lógica del humanismo integral ni del panismo histórico.

En septiembre de 2011, el michoacano se mostró preocupado por cómo iba a aparecer en los libros de historia, y anticipó: probablemente voy a ser recordado por el tema de la violencia, y probablemente con mucha injusticia. Era la mañana del 23 de junio en el castillo de Chapultepec, durante su encuentro con el poeta Javier Sicilia y otras víctimas de la violencia, a quienes abrazó después de haber sido criticado por mostrarse frío meses antes frente a las lágrimas de María de la Luz Ávila, madre de dos jóvenes muertos en Villas de Salvárcar, a quienes él erróneamente llamó pandilleros. Ella resumió el dolor de miles de víctimas.
Escudado en que había fallas en su política de comunicación que provocaban percepciones erradas, hizo espots, diálogos y hasta el documental Royal Tour para mostrar un México en paz, pero siguieron creciendo la cifra de muertos y las acusaciones de violaciones de derechos humanos cometidas por las fuerzas federales. Además, aprovechó la lucha contra el narcotráfico para perseguir a opositores políticos.
El gabinete calderonista fue otro talón de Aquiles no reconocido por el Presidente, pero que al final se tradujo en 24 cambios, más que los hechos por Ernesto Zedillo, quien tenía el récord de 23 en las últimas cinco administraciones.

Rodeado de inexpertos

Bajo la premisa de rodearse de leales, aun al costo de la inexperiencia, encomendó los principales cargos a jóvenes ex colaboradores de la campaña, quienes al llegar al poder parecieron más preocupados por su imagen que por el servicio público. Varios se sometieron a costosas dietas que luego abandonaron; estrenaron casas, lujosos carros y andaban gustosos entre escoltas.
A la postre, aquel grupo compacto se dividió por las pugnas y la fatalidad combinada con errores: dos secretarios de Gobernación amigos del Presidente muertos en accidentes aéreos: Juan Camilo Mouriño (por el que parecía inclinarse la balanza para que fuera el sucesor en Los Pinos) y José Francisco Blake Mora, además de Alonso Lujambio, el ex secretario de Educación, quien enfermó gravemente y falleció.
Esa predilección por colocar a sus allegados en puestos clave llevó a Germán Martínez y César Nava a la dirigencia del partido y a ser señalados como los iniciadores de la debacle del PAN. Arreciada la confrontación interna, Gustavo Madero –quien no es calderonista– tomó el timón del barco, pero la derrota parecía inminente ante la popularidad del priísta Enrique Peña Nieto y el crecimiento que tuvo Andrés Manuel López Obrador.
Además de que hundió a su partido en el tercer lugar, la peor herencia que deja es haberle abierto el camino de regreso a un PRI con vicios del viejo y los adquiridos recientemente, añade Salmerón. Mientras, en las filas del panismo persisten las sospechas de que el Presidente negoció desde 2006 con el tricolor para devolverle la silla presidencial.

La hipótesis de la politóloga Soledad Loaeza es distinta. “El mandatario se preguntó: ‘¿con quién quiero perder? ¿Con Josefina o con Cordero?’, y al final brindó un apoyo débil a Vázquez Mota, porque no creía que fuera buena candidata”.
Para la académica del Colegio de México y estudiosa del panismo, hubo fallas en la política de seguridad, pero el mandatario logró garantizar la estabilidad económica pese a la crisis y recuperar la imagen de la

Presidencia de la República como institución central dentro del sistema político; seria, que no está para hacer chistes, como Fox, quien nunca entendió qué es la Presidencia.
¿Y el futuro del calderonismo? Loaeza cree que es la única corriente que cuenta con figuras sobresalientes dentro del PAN, como el mismo Presidente y su esposa. Sin embargo –acota–, el blanquiazul tiene un problema de liderazgos y de falta de personal político. Es difícil anticipar si regresará pronto al poder.

Preguntas para ser un mexico sin tontos

Corte de caja y nuevo pacto social
Jaime Martínez Veloz
 
 
Doce años de panismo en el gobierno dejan un país sumido en la incertidumbre y la desesperanza. Con ellos no empezó la crisis, pero se agudizó a niveles inimaginables.
Los incipientes pasos hacia la construcción de un pacto por México caminan por la única ruta que es posible para solucionar los grandes desencuentros nacionales, que es la vía de la política.
En esa dinámica es necesario realizar un diagnóstico puntual de aquellas situaciones que deben estar debidamente clarificadas frente a la sociedad. Algunas preguntas que es necesario responder son las siguientes, aunque no las únicas, pero sus respuestas nos permitirán trazar las rutas que el país reclama frente a la construcción de su futuro:
¿A cuánto ascienden los ingresos de las compañías mineras ubicadas en las regiones indígenas y rurales mexicanas y qué porcentaje de éstos se queda en los estados, municipios y comunidades?

¿Cuál es el arancel que pagan las empresas trasnacionales por la importación de gas natural y, comparativamente, cuál es el impuesto que deben pagar en caso de la extracción de gas metano en territorio mexicano?

¿Por qué las termoeléctricas de exportación están registradas dentro del rubro de maquiladoras y a Pemex y CFE se les impone un impuesto elevado por sus actividades productivas?

¿A cuánto asciende el ingreso por concepto de excedentes petroleros durante los recientes 12 años y en qué se invirtió?

¿Qué porcentaje de la producción de energía en el país corresponde a empresas privadas y a cuánto ascienden sus ganancias?
A partir de la privatización aeroportuaria, ¿cual es el monto de la Tarifa de Uso Aeroportuario (TUA), y de esa cifra, cuánto se ha reinvertido en los aeropuertos mexicanos?


¿En dónde se nombra a los administradores de los puertos y aeropuertos mexicanos?

¿A cuánto ascienden las ganancias anuales de las compañías mineras extranjeras y nacionales y cuánto es el impuesto que recaba la Secretaría de Hacienda por dicho concepto?

¿A cuánto asciende el monto de los contratos de seguridad de los aeropuertos mexicanos y cuál es el análisis comparativo con el pago a las distintas fuerzas de seguridad mexicanas?

¿A cuánto asciende el pago anual, por concepto de intereses, que México tiene que pagar al Fobaproa?

¿Cuánto fue lo que pagaron los actuales dueños de los bancos por los mismos y a cuánto ascienden sus utilidades anuales?

¿Cuánto se ha pagado por los intereses de la deuda, cuánto se paga anualmente, a cuánto asciende, y cuales son los plazos de vencimiento?
¿Cuáles son las ganancias que reportan anualmente la banca malamente llamada mexicana?

¿Quiénes fijan los precios de los medicamentos y cuánta es su utilidad anual?

¿A cuánto ascienden las ganancias anuales de los monopolios de telefonía y medios electrónicos?

Responder a estas interrogantes nos permitirá avanzar hacia un mejor futuro, el cual no corresponde sólo al gobierno, sino también la sociedad habrá de ser partícipe de ello. De esta manera podremos construir el tiempo de sumar los esfuerzos de todos para construir el país que los mexicanos merecemos, mediante compromisos puntuales y verificables, entre el Estado y la sociedad.

Vivimos un momento crucial de definiciones. Nuestro país reclama aquí y ahora, urgentemente, un cambio verdadero, un nuevo proyecto de nación de raíces profundas, que tenga el alma del pueblo mexicano y se nutra de sus gestas libertarias.

Es necesario que todas las personas de bien contribuyamos a construir un México en el que se combatan las causas y no los efectos de la pobreza y la ignorancia; y en el que el desarrollo social sea concebido como un derecho de las comunidades, un asunto de Estado y uno de los principales retos nacionales que habrá de enfrentarse hasta en el último rincón de la patria, para transformar las condiciones de injusticia y desigualdad y cambiar la vida y el futuro de México.

Es necesario constituir un gobierno fuerte, pero no autoritario; cercano a la gente, que se maneje con ética y austeridad republicana integrado por los mejores y más capaces y experimentados hombres y mujeres en sus respectivos campos; y quienes sean personas con alto sentido del deber, capacidad y honestidad; con espíritu de servicio a toda prueba y profundo amor a este país nuestro y a su gente. Necesitamos un México justo y digno, ojalá podamos estar a la altura de lo que la nación reclama. La suerte está echada.

jueves, 29 de noviembre de 2012

ESTE ES EL BALANCE DE 12 AÑOS DE PRIANISMO

 balance del nefasto sexenio de Calderón
 
El sexenio calderonista que está por concluir, y el pasado foxista, hijos de la misma estirpe, dejan al país en una situación catastrófica: más endeudamiento con el exterior, más pobreza en la ciudad y el campo, más dependencia económica con el imperialismo estadunidense, más inseguridad social, contrastes difíciles de superar entre una clase minorista privilegiada y una mayoría en la más agobiante pobreza.
Se caracterizó por la mentira, por el incumplimiento de creación de empleos, por ser un gobierno antiobrero y antirrevolucionario, contrario a las leyes fundamentales del país; entregó en manos extranjeras extensas zonas minerales; las privatizaciones en el sector energético estuvieron a la orden del día durante su nefasto sexenio, y se dio una grave y peligrosa pérdida de soberanía alimentaria. Sería largo y tendido cuantificar lo más negativo de su gobierno.
Termina este ciclo y empieza otro; la injerencia en la vida nacional mexicana del gobierno estadunidense debe cesar; la política exterior debe ser más activa, cumpliendo con los preceptos internacionales basados en la cooperación y el respeto recíprocos. Resarcir los daños económicos ocasionados por políticas neoliberales irresponsables y empobrecedoras. O se rectifica el rumbo que hasta hoy ha prevalecido o la paz social estará rompiéndose irremediablemente.
La necesidad de asegurar la gobernabilidad a cualquier precio desató procesos que luego adquirieron vida propia, como la guerra contra el narcotráfico, que se convirtió en un monstruo de mil cabezas, capaz de mostrar hasta qué punto la sociedad mexicana, las instituciones de la República y las élites dirigentes habían perdido el rumbo. México se miró con azoro en el espejo de la barbarie criminal, en la cotidianeidad de una violencia de indescriptible crueldad convertida en código, en expresión de la caída de todo principio moral o racional como sustento de la convivencia: la delincuencia organizada como metáfora trágica de los valores que rigen la competencia en el mercado y el omnipresente afán de lucro premiado en todas las demás esferas de la vida ciudadana. El recurso de poner en tensión las fuerzas del Estado para arrinconar la acción de las bandas fue adoptado sin un diagnóstico serio y flexible en el contexto de la corrupción y la impunidad que carcome la justicia y otros ámbitos institucionales. El gobierno adujo que no tenía opción. O combatir con las armas disponibles a la delincuencia organizada o entregar el Estado a las bandas. ¿No era el solo enunciado del problema la prueba de hasta qué punto las instituciones estaban inmersas en una crisis tan profunda como difícil de soslayar con remedios puntuales, así fueran la movilización militar o la aplicación de tecnologías de última generación? El gobierno y buena parte de sus aliados en la sociedad civil prefirieron ignorar la realidad sin asumir que en la crisis política, la legitimidad del poder (o su ilegitimidad) podía ser compatible con el fortalecimiento de los grandes negocios que detenta una minoría cada vez más reducida en la pirámide social. La lucha contra el narcotráfico no redujo la violencia ni hizo disminuir el delito pero le dio al gobierno calderonista una razón de ser.
La razón de ser no puede aducirse ante la carga de las decenas de miles de muertos que ahí están, aunque la memoria oficial los ignore. Es una losa moral que algún día pasará factura a los grupos que han preferido convivir con la tragedia sin nombrarla, aparentando una normalidad inexistente, oculta bajo la hipocresía del llamado a la modernidad y a las buenas costumbres democráticas.
Ahora, cuando faltan horas para el gran ritual presidencialista de la entrega de la banda tricolor, la propaganda oficial remacha los grandes éxitos obtenidos en rubros importantes como carreteras, salud y otros temas, pero aun así surgen dudas en cuanto a cómo se juzgará a la administración saliente una vez que los nuevos se instalen en los espacios palaciegos. Calderón se va sin entender qué es lo que estaba –y está– en juego. La propuesta de cambiarle el nombre al país y la iniciativa para instaurar la segunda vuelta (bajo una fórmula semiautoritaria) dan cuenta de la frivolidad que incluso a última hora distingue al panismo. Es la falta absoluta de proyecto la que marca sus años de alternancia. Pretender que el balance de un gobierno se mida exclusivamente por la dimensión de algunas obras públicas hace olvidar que México es un país de más de 100 millones de habitantes, con una economía poderosa y atractiva (y apetecible) en el mundo global. Tiene recursos naturales extraordinarios y condiciones geopolíticas únicas para pensar en grande, de modo que las inercias de la actividad económica de por sí arrojan cifras que en otros países resultan inimaginables, pero México tiene un talón de Aquiles: la desigualdad, la terrible polarización que perpetúa la injusticia, la irritación, la desesperanza. Según los datos más optimistas de la Cepal, la pobreza afecta a 35 de cada 100 personas y disminuye más lentamente que en otros países de Latinoamérica. Como quiera, es evidente que años y años de políticas compensatorias han fracasado en la tarea de romper con el círculo vicioso de la pobreza fortaleciendo el empleo como un derecho universal. Lo más grave es que no hay nuevas ideas, un verdadero proyecto de cambio y desarrollo que permita dejar atrás la ruta del estancamiento. La promesa de hacer reformas sin un replanteamiento en serio de los objetivos nacionales llevará, sin duda, a reforzar la integración a la economía trasnacional, pero difícilmente dará cumplimiento a las aspiraciones de la mayoría.
Como hemos visto durante décadas, la estrategia de modernizar el país a partir de mejorar la situación de unas hipotéticas clases medias creadas a modo para darle vida al catecismo económico fracasa no sólo en el terreno de la satisfacción de las necesidades inmediatas sino también, y sobre todo, en el terreno de la cohesión social. La crisis del sistema, como decía nuestro viejo lugar común, no se circunscribe a los cuellos de botella estructurales, sino que recorre de arriba abajo las relaciones sociales, la vida en común, aunque México ya no es el mismo que en 1988 o en 2006. También se tambalea la idea otra vez en boga (gracias al peñanietismo) de vender la modernización como un paraíso al alcance de la mano a partir de la masiva manipulación de los medios como alternativa al voluntarismo parroquial de Felipe Calderón. El debate nacional es imprescindible dentro y fuera del Congreso, en los medios y en la sociedad, pero hay que pasar del regodeo en los sujetos al examen de las ideas, a la confrontación de las opciones programáticas que, en definitiva, distinguen entre sí a las distintas corrientes políticas. Hemos estado demasiado tiempo ensimismados en las formas de la lucha política descuidando los contenidos, las definiciones que no emanan espontáneamente de los liderazgos. Necesitamos, es verdad, una nueva ética para un nueva política, capaz de poner en pie los cimientos de un ciclo histórico de desarrollo. Y tenemos que hacerlo por medios pacíficos antes de que la lógica de la violencia consuma también la voluntad democrática, la fidelidad a la nación.
Mientras, una encuesta arruina el momento del adiós. Se va el PAN y en México se lee menos. En 2006, según datos publicados en este diario, 56 por ciento de los mexicanos decía que leía libros; en 2012 es de 46 por ciento. Al buen lector pocas palabras.

martes, 13 de noviembre de 2012

ASTILLERO MEDIDORES CFE LA JORNADA MARTES 13 NOVIEMBRE

 
Hay tal sentido de ansiosa practicidad en el mando político que ya está instalado en México, aunque en términos de protocolo asumirá el poder el próximo uno de diciembre, que es válido preguntarse hasta dónde llegará esa predisposición avasallante si en una nación atribulada y debilitada por un gobierno federal que se va no existen los adecuados y suficientes contrapesos a un grupo políticamente victorioso (el de Peña Nieto y sus aliados y patrocinadores ejecutivos) que cree que puede hacer impunemente lo que quiere.

Constituido por factores de frivolidad, abuso y aprovechamiento faccioso (en distintas proporciones, cambiantes conforme a las necesidades de cada circunstancia), el nuevo grupo en el poder ha ido avanzando en la exploración del umbral de resistencia de los mexicanos ante la corrupción y la imposición. Del Haiga sido como haiga sido que es la sublimación confesional del calderonismo 0.56 por ciento, pasando por la increíble historia de la niña Paulette y la cama asesina como confirmación del desprecio del peñanietismo no sólo por el derecho y la justicia, sino incluso por la salud mental de los mexicanos, hasta la compra del poder público en 2012 mediante operaciones a la vista de todos que luego son simplemente negadas mediante el manejo disuasivo de discursos estupefacientes y medios de comunicación aliados.

Todo va demostrando a los nuevos dueños del país (etiquetación derivada de la fallida alianza entre PRD y PAN que supuestamente trataría de conjurar esa vocación propietaria del priísmo) que, tomando como referencia la postración nacional, el desánimo cívico, la ambición mercantilizable de las estructuras partidistas opositoras y la institucionalidad damnificada, les será posible aprobar reformas al interés popular inmediato y rediseñar el país conforme a los intereses potenciados de las élites cuya inversión política y económica triunfó en julio pasado.

Una muestra menor de ese desdén cabalgante se ha dado en el tema de las boletas electorales que ayer comenzaron a ser destruidas. Ni para qué batallar con esos documentos, correspondientes a los comicios de hace apenas unos meses, como hubo de hacerse con los de 2006. Ya aquí mismo el tecleador astillado expuso hace semanas su convicción de que de poco sirve en realidad el mantenimiento de esos paquetes, que poco podrían probar de fraudes mayúsculos cuya principal parte se preparó e indujo desde fuera de las urnas, pero los arrebatos desde el poder que llega (al que obedecen tanto la cúpula rectora del IFE como del tribunal electoral federal), la premura por deshacer objeciones, el proceso de acallamiento mediático, la concertación marrullera y vulgar de alianzas legislativas, los indicios de lo que puede ser el próximo gabinete, los grupos y personajes que ya se mueven con aires de intocabilidad y prepotencia sexenales, van mostrando que en las alturas políticas a la espera de regresar formalmente a Los Pinos se fortalece peligrosamente una lectura desproporcionada de la desgracia nacional, asumiendo que ha sido vencida toda resistencia, que la oposición está domesticada y dividida, que los ciudadanos soportan y soportarán todo lo que se les imponga.

En otro tema, Rubén García Moguel denuncia en ejercicio cívico lo que le consta respecto a propuestas de corrupción en el marco del programa de cambio de medidores de consumo por la Comisión Federal de Electricidad. Dicho programa sustituye los antiguos aparatos por otros, electrónicos, que supuestamente darán fin a las denuncias de consumidores por excesos en los cobros bimestre a bimestre.
En ese contexto, a principios del mes en curso se anunció en la delegación Benito Juárez, del Distrito Federal, la inminente visita de brigadas de técnicos especializados en la sustitución de medidores, aclarando que la operación sería totalmente gratuita. Una decena de trabajadores, llegados a bordo de camionetas tipo Van con logotipos de la CFE en las portezuelas, realizaron las faenas técnicas.
Pero, “ya adentro de las casas o condominios y una vez iniciados los trabajos de desmonte de los viejos medidores, los jóvenes técnicos (no más de 23 o 25 años de edad) ofertan la posibilidad de que uno como titular de la cuenta se pueda ahorrar 35 por ciento de consumo eléctrico. Para que esto ocurra, el medidor electrónico que llevan para colocar (‘que es normal’) puede ser sustituido por uno especial, que le cuesta al cuentahabiente mil 500 pesos (si no hay mucha demanda lo rebajan hasta 800 pesos, pero no menos).

“Los jóvenes técnicos de la CFE –añade García Moguel– dicen garantizar que los medidores especiales, en caso de una supervisión futura, no van a ser sustituidos, pues los dejan con algunas señales que son el aviso para los supervisores de que el medidor especial no debe ser evaluado. Y al ser interrogados sobre cómo compensarán la caída del consumo, contestan que no hay problema y que las casas que no tengan el medidor especial no se les recargará el consumo para compensar esas caídas en los registros de la CFE (pues es lógico que vendría una caída en los montos de dinero cobrado por consumo) pero sí quedan obligados pagar 100 por ciento del consumo. Cuando se les pregunta si traen el medidor especial en ese momento responden que no, que tardan una hora en traerlo, pues lo tienen que ir a buscar a la gerencia de zona.

Quienes instigan a estos jóvenes técnicos a delinquir de esa manera parten de la idea de que todo el ciudadano mexicano es corrupto, porque la oferta la realizan sin rubor alguno e incluso van y tocan a la puerta para preguntar si se va a adquirir el medidor especial, pues tienen que hacer el trámite para traerlo. Es una tristeza que esto ocurra así, en México.

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Poiré y las ratas

Poiré y las ratas
Pedro Miguel
 
Este lunes, en entrevista con este diario, Alejandro Poiré justificaba la desorbitada violencia gubernamental de este sexenio con una parábola cuestionable: la situación que heredó su jefe, dijo, era como si hubiéramos entrado a una casa y nos hubiéramos dado cuenta de que teníamos los cimientos verdaderamente infestados de ratas.
Cuando un funcionario de este país emplea el término ratas para referirse a otros seres humanos, lo más probable es que la expresión resulte contraproducente y desafortunada. Ello es así por varias razones: la primera, la estética, es que la muestra de visceralidad y desprecio hacia un sector de la población –cualquiera que éste sea– suena destemplada en labios de un servidor público. La segunda es que si algunas personas son equiparables a ratas, de ello se desprende una negación contundente de sus derechos humanos, por más que el fanatismo animalista, tan de moda hoy en día, se empeñe en generalizar tales derechos al conjunto de los organismos vivientes del planeta y en negar las diferencias esenciales entre un niño y un hámster.

La tercera es más baladí: con el telón de fondo de la cleptocracia gobernante, el discurso popular asocia casi en automático la palabra rata con funcionario público, no sólo por los casos de enriquecimiento personal inexplicable, de los que sólo una pequeñísma fracción llegan a ser investigados, sino también porque los aparatos gobernantes –el federal en primer lugar, pero también los estatales y los municipales– son y han sido desde hace décadas el instrumento principal para el robo sistemático de propiedad pública en beneficio de intereses corporativos privados.

En 1999 Arturo Montiel lanzó en su campaña para la gubernatura del estado de México la consigna los derechos humanos son para los humanos y no para las ratas, en un aprovechamiento inescrupuloso del terror social a la delincuencia, ya en auge en la entidad por aquel entonces. La propuesta implícita de aquella frase era que para acabar con la delincuencia había que suprimir los derechos humanos de los delincuentes.

A la postre, sin embargo, el propio Montiel terminó convertido en el ejemplar más emblemático de los roedores del erario, toda vez que a su paso por la gubernatura acumuló una fortuna inocultable. Su secretario de administración, sucesor y sobrino, Enrique Peña Nieto, lo protegió de los cargos legales, pero no pudo evitar que la fama pública de su tío haya quedado como antonimia de probidad.

Volviendo a Poiré, su parábola de las ratas constituye una perfecta radiografía de la miseria ética y mental del calderonato. Por principio de cuentas, Calderón y su grupito –incluido el propio Poiré– no llegaron a una casa en calidad de extraños (adonde tuvieron que irrumpir como intrusos y por la puerta de atrás fue, en todo caso, al Palacio Legislativo de San Lázaro), sino que se criaron y surgieron en ella, y en ella fueron alimentados y aupados por Fox, Salinas, Televisa, la embajada de Estados Unidos, la Coparmex, el cacicazgo gordillista y sabrá Dios qué otros poderes fácticos incluso menos presentables; en consecuencia, la metáfora misma introduce la duda de si los calderonistas son exterminadores de plagas o parte de la infestación.
Por añadidura, como todo mundo sabe, las construcciones más proclives a la proliferación de ratas son aquellas en las que se abandonan las normas mínimas de higiene y se acumulan desperdicios. Si se lleva la parábola a sus últimas consecuencias, el exterminio físico de los roedores sólo produce cadáveres –es decir, más basura–, pero, en tanto no se limpie el basural, la plaga será invencible.
Un tercer aspecto problemático de la metáfora es que su autor detenta el cargo de secretario de Gobernación y no es correcto que, en una expresión de montielismo puro, se refiera a un sector de la población como ratas a las que se debe liquidar: los derechos humanos son para los humanos y no para las ratas.

Finalmente, se entiende que cuando dice ratas, Poiré se refiere a los delincuentes. Pero el funcionario no debiera olvidar que en la categoría de infractores de la ley no sólo entran carteristas del metro, asaltantes, secuestradores, violadores y narcotraficantes de todo rango y fortuna, sino también algunos banqueros, gobernadores, presidentes municipales, grandes evasores fiscales, empresarios corruptores, líderes sindicales charros, jefes de policía, arquitectos y operadores de fraudes electorales, legisladores, jueces y acaso hasta uno que otro secretario de Estado, es decir, una parte sustancial del prianismo gobernante del que él mismo forma parte.

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