Atender las cualidades de los aspirantes a gobernar, y criticar y denunciar sus graves defectos evidentes, es una obligación cívica permanente pero que cobra especial importancia en estas circunstancias. Los presidentes de México, y Felipe Calderón, que por tal se ha hecho pasar, multiplican en términos siquiátricos sus defectos, frustraciones, resentimientos y ambiciones al llegar a la plaza del faraonismo sexenal, de tal manera que esas cargas negativas, de ser detectadas a tiempo, deben ser exhibidas y valoradas, sobre todo en la ruta hacia las urnas. Alguien que no lee por sistema, y ejerce un poder público, está explícitamente en desventaa para entender y atender los graves asuntos colectivos, así que no resultan menores ni inocuas las muestras de ignorancia aplastante aportadas en la FIL por quien encabeza los sondeos de opinión relacionados con julio de 2012.
Si para manejar un vehículo automotor se necesita licencia, para hacerlo con un país se necesitan facultades y aptitudes demostradas y no todo lo contrario. Un político sin lecturas es un cascarón manipulable o una arbitrariedad latente, según las circunstancias.
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